domingo, 15 de marzo de 2015

Mi primera experiencia con el Yage

No lo planié. Fue de repente. Sentí el llamado y accedí a el.

Lo pensé tantas veces en mi vida, con absoluto respeto y una majestuosa distancia. Nunca quise poseerlo, simplemente contemplaba el todo y ya. Sonreía, qué más podía hacer?

Encontré la forma de manejar la pinta por medio de mi cuerpo. Cada posición era una asana que me conectaba con el corazón de la tierra. Su infinito peso que desemboca en la gravedad en la que estamos metidos. Miraba el cielo y me sentía limpia. No había nada que poner entre la bóveda y yo. Ni un edificio, ni un recuerdo, ni siquiera el vacío... me entregué a la hermosa distancia entre el cielo y mi cuerpo. Contemplaba el paraíso, el sentido natural de la vida.

Entre a mis cielos y me enrosqué en mi columna vertebral. No vi, ni sentí, FUÍ la kundalini. Entonces la eternidad se vino en todo. Y estaba yo adentro de dios días y días y días.. y fue hermoso contemplar que los días son femeninos y que dios era una "o" vacía. (los fonemas cargan la complicidad de los géneros.)

Me consumí en un lenguaje oral que no podía escribirse. Todas las ondas se manejaban en el plano de la música y los ojos fulminados contemplaban la belleza de semejante ausencia.

Fué así como los sentimientos sagrados empezaron a revelarse. Y traspasé todas las posibilidades de muros que habían en las probabilidades de los hombres. Los números se metían en mi carne y yo contemplaba perpleja la inmensa magnitud en la que estaba metida.

Todo podía controlarlo mediante la magia de las palabras. Ellas eran la clave para aterrizar semejante introspección y conectarla con las desconexiones cósmicas por las que tanto sufren los hombres. Sentí el poder de la memoria... "la sabiduría". Todo el misterio del conocimiento se consumaba en la observación.

El aire al que accedía había viajado por muchos planetas. Mi prana lo recibía con plenitud (conjunto de experiencias que un hombre es capaz). Sentí una reverencia en la punta de mi naríz. Viajó adentro de mi y la traquea se expandía, mis pulmones se hincharon de semejante descubrimiento.
Mi sistema óseo se comprometió con sus posibilidades y mi cuerpo trazó en el espacio y en el tiempo el mensaje del bailarín.

El éxtasis del movimiento era la quietud, y viceversa. El Uróboros emergía con todas las fuerzas existentes en el universo y se petrificaba en la arqueología de mi columna.  Cada vértebra se partió en dos y un microscopio cósmico extraía de la superficie la igualdad de condiciones que atormenta la profundidad.
La única variable era el tiempo.

Entendí los tiempos de la tierra. Yo era su hija.

Pude viajar siglos en segundos. La teoría de la relatividad, la ciencia, Dios, la muerte, la complejidad de la cultura, la historia, todo había pasado para este momento. Un encuentro con los dioses. Una promesa cumplida. El eterno retorno se detuvo. Llegué al día que todos estamos esperando y en el que tanto confiamos. Y ese día era todos los días. Y toda la estructura que sostiene la historia se presentó ante mi orgullosa de su teatro.

La iluminación llegó transformándome en una palabra: trabajar.

Recibí los poderes del fuego. Su calor se estremecía en mi cara. Abrí las piernas y entraron a mi los destinos del universo. El sol me untó su unción. Al otro lado, un cuarto de luna resplandecía en mi cara.

En la noche, un circulo de demonios protegían mi luz. La hacian crecer. La épica lucha que enfrente fue inconmensurable. Entre más difícil era la vida, más fuerte era. La gente entraba en alaridos que desgarraban la magia del momento. Toda la oscuridad se me vino en sima, y yo pude controlarlo todo con una sonrisa en la cara. Esa era mi magia, mi poder, mi nectar, mi archivo de salvación.

Petrifiqué el espiritu de todos. Fuí el inmortal de Borges. Fuí mi inmortal. Fuí todos los hombres.