Yo tendría que sentirme orgulloso de haber quedado viudo con tres hijos y haber salido adelante. Pero no me siento orgulloso, sino cansado. El orgullo es para cuando se tienen veinte o treinta años. Salir adelante con mis hijos era una obligación, el único escape para que la sociedad no se encarara conmigo y me dedicara la mirada inexorable que se reserva a los padres desalmados. No cabía otra solución y salí adelante. Pero todo fue siempre demasiado obligatorio como para que pudiera sentirme feliz.
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Salgo entonces como salí hoy, en una encarnizada búsqueda del aire libre, del horizonte, de quien sabe cuantas cosas más.
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Esos son mis desconocidos, están instalados demasiado cómodamente en la vida, pero yo? Yo no tengo la comodidad suficiente para quedarme. Estoy libre y sola, voy a darle la vuelta al mundo.
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Hay una especie de reflejo automático en eso de hablar de la muerte y mirar en seguida el reloj.
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A veces hacíamos cuentas. Nunca alcanzaba. Acaso mirábamos demasiado los números, las sumas, las restas y no teníamos tiempo de mirarnos nosotros.
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Tengo la horrible sensación de que pasa el tiempo y no hago nada, y nada acontece, y nada me conmueve hasta la raíz.
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Le contesté ( Qué otra cosa podía decirle?) que tenía razón, que hiciera lo posible por salir de nosotros, de nuestra órbita, que me gustaba mucho oírla gritar esa inconformidad, que me parecía estar escuchando un grito mio, de hace muchos años.
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A veces pienso qué haré cuando toda mi vida sea domingo. Quién sabe, a lo mejor me acostumbro a despertarme a las diez.
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El llanto del damnificado superó todas mis previsiones y no cabe en ninguna descripción.
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Estás loco. Yo nunca he juntado valor para empuñar una máquina fotográfica o un revólver.
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Tuvo lugar en uno de esos momentos en que el dolor lo pone a uno exageradamente receptivo.
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Casi todos los domingos almuerzo y ceno solo, e inevitablemente me pongo melancólico, Qué he hecho de mi vida? es una pregunta que suena a Gardel o a suplemento femenino o artículo del Reader´s Digest. No importa. Hoy domingo me siento más allá de lo irrisorio y puedo hacerme preguntas de ese tipo.
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Si bien soy incapaz de reconstruir (con mis propias imágenes, no con fotografías o recuerdos de recuerdos) el rostro de Isabel, puedo en cambio volver a sentir en mis manos, todas las veces que lo necesite, el tacto particular de su cintura, de su vientre, de sis pantorrillas, de sus senos. Por qué las palmas de mis manos tienen una memoria más fiel que mi memoria?
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Porque toda nuestra armonía, que era cierta, dependía inexorablemente de la cama.
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Porque está la opinión que uno puede tener de sí mismo, algo que increíblemente tiene poco que ver con la vanidad. Me refiero a la opinión cien por ciento sincera, la que uno no se atrevería a confesarle ni al espejo.
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Mi agitación es mia, solo mía; la agitación de asistir a mi propia conmoción.
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Avellaneda tiene algo que me atrae. Eso es evidente, pero ?qué es?
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Francisco es un tarado. Eso es lo que me enfría un poco los escrúpulos.
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Una de las cosas más agradables de la vida: ver cómo se filtra el sol entre las hojas.
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Esa había sido pues, mi letra de novio.
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Cómo comemos, Dios mio. En la alegría, en el dolor, en el asombro, en el desaliento. Nuestra sensibilidad es primordialmente digestiva.
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Todo el mecanismo de mis sentimientos quedó detenido hace veinte años cuando murió Isabel. Primero fue dolor, después indiferencia, más tarde libertad, últimamente tedio. Largo, desierto, invariante tedio.
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Una especie de inconscistente resistencia a comprometerme, a encasillar el futuro en una relación normal, de base permanente.Por qué todo eso? qué estaba defendiendo? la imagen de Isabel? no lo creo. No me he sentido víctima de ese trágico compromiso, que, por otra parte, nunca suscribí. Mi libertad? Puede ser. Mi libertad es otro nombre de mi inercia.
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Acostarse hoy con una, mañana con otra; bueno, es decir, una alcanza con una vez por semana. Lo que pide la naturaleza y nada más; igual que comer, igual que bañarse, igual que ir de cuerpo. Con Isabel era diferente, porque había una especie de comunión y, cuando hacíamos el amor, parecía que cada duro hueso mío se correspondía con un blando hueco de ella, que cada impulso mío se hallaba matemáticamente con su eco receptor. Tal para cual
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Igual que cuando uno se acostumbra a bailar con la misma pareja. Al principio, a cada movimiento corresponde una réplica; después, la réplica corresponde a cada pensamiento. Uno solo es el que piensa, pero son los dos cuerpos los que hacen la figura.
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Antes de que le hable, no puedo saber nada. Todos son cuentos que me hago. Es cierto que, a esta altura, estoy un poco aburrido de las citas a oscuras, de los encuentros en amuebladas. Hay siempre una atmósfera enrarecida y una sensación de inmediatez, de cosa urgente que pervierte cualquier clase de diálogo que yo sostenga con una mujer. Hasta el momento de acostarme con ella, sea quien sea, lo importante es acostarme con ella; después de hecho el amor, lo importante es irnos, volver cada uno a su cama particular, ignorarnos para siiempre.
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Regresé cansado, aturdido, fastidiado, aburrido. Aunque hay otra palabra más certera: regresé solitario.
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A mi edad y a su edad, lo más lógico hubiera sido que me callase la boca; pero creo que, de todos modos, era un homenaje que le debía.
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Lo que yo más quiero ahora es no pensar en mi mismo sino pensar en usted.
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El plan trazado es la absoluta libertad. Conocernos y ver que pasa, dejar que corra el tiempo y revisar. No hay trabas. No hay compromisos. Ella es espléndida.
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A veces, en el café, mira a su alrededor, y deja caer un comentario certero, puntual, inmejorable.
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Pero si usted todavía es un hombre joven. Todavía. Cuántos años me quedan de todavía? Lo pienso y me entra el apuro, tengo la angustiante sensación de que la vida se me está escapando, como si mis venas se hubieran abierto y yo no pudiera detener mi sangre.
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Pienso en placer, cualquier forma de placer y estoy seguro de que eso es vida.
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Tenemos que apurarnos hacia el encuentro, porque en nuestro caso el futuro es un inevitable desencuentro.
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No le veía la cara porque el follaje de un maldito pino municipal interceptaba la luz de la luna. Entonces sus dos brazos emergieron en lo oscuro y se apoyaron en mis hombros. Debe haber visto ese preparativo en alguna película argentina. Pero el beso que siguió no lo vio en ninguna película, estoy seguro. Me gustan sus labios, quiero decir el gusto, el modo como se hunden, como se entreabren, como se escapan. Naturalmente, no es la primera vez que besa. Y eso que?
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No me gustan esas lámparas que siempre iluminan lo que uno no tiene interés en ver ni en mostrar: por ejemplo: telarañas, cucarachas, fusibles.
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Comimos, hablamos, reimos. Hicimos el amor. Todo estuvo tan bien, que no vale la pena escribirlo.
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Todo un día para nosotros, desde el desayuno en adelante. Vine ansioso por verificar, por comprobarlo todo. Lo del viernes fue una cosa única, pero torrencial. Pasó todo tan rápido, tan natural, tan felizmente que no pude tomar ni una sola anotación mental. Cuando se está en el foco mismo de la vida, es imposible reflexionar. Y yo quiero reflexionar, mediar lo más aproximadamente posible esta cosa extraña que me está pasando, reconocer mis propias señales, compensar mi falta de juventud con mi exceso de conciencia.
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Ha empezado a hablar, ha empezado a delinear con franqueza su autorretrato, ha empezado a sintetizar los términos de su drama, de ese módico, estacionado, desconcertante drama que atosiga la vida de cada cual, por más hombre promedio que se sienta.
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Esa condena que significa estar ocho horas enredado en algo que no importa, en algo que hace hinchar las cuentas bancarias de esos inútiles que pecan por el mero hecho de vivir, de dejarse vivir, de esos inanes que creen en Dios sólo porque ignoran que hace mucho tiempo que Dios ha dejado de creer en ellos.
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Es la primera vez que pronuncio ante alguien el nombre de avellaneda, es decir, la primera vez que lo pronuncio con el verdadero significado que ese nombre tiene para mi.
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