Un sol radiante y caliente llenaba todo el apartamento. Escobar se paseó de arriba abajo, desnudo, sin saber qué hacer con semejante día. No duraría. Recalentó el café. Un café ya de cuantos días? Denso, denso, terroso, acre, hervido y vuelto a hervir. Tendría que hacer café. Todos los días eran iguales, que tormento. Todo lo que ahora hacía ya lo había hecho. En la mitad de un pensamiento cayó de golpe en la cuenta de la ausencia de Fina. No su falta: Una necesidad de cosas prácticas. Sino la fuerza de su ausencia: un marchitarse de las cosas. Ah, que pesadumbre. Lo importunó el recuerdo de reproches de Ana María. Se esforzó por pensar en otra cosa. Oyó el teléfono y lo dejó sonar. Su madre, que pereza. Y afuera mientras tanto, se fué ennegreciendo el día, se soltó el aguacero. Eran las dos de la tarde.
Sin Remedio- Antonio Caballero.
...............................................................
El sol se despide al otro lado del edificio. La misma pared, el mismo lego de ladrillos al frente que nunca llega ni se oculta. Aburrido.
No me interesan los clientes como humanos, no como clientes.
Estoy más desnuda cuando tengo frío.
Podría quedarme aquí toda la tarde leyendo Sin Remedio, El libro de las virtudes para niños, Buda, cleopatra. Pero no quiero crear más escusas para no habitar este mundo. Nesecito un calendario, organizar el tiempo como el sol lo hizo con los girasoles, el mar con los delfines, el día con las sombras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario