Había pasado tres años en el ejército Israelí. Lo único que le daba esperanza a su vida todo ese tiempo era su futuro, que era este viaje en el que vinimos a conocernos. Todo empezó en una reunión en la casa del Maestro Bruno Renaug, que de hecho esa noche supe que existía Bruno Renaug y también a Elkin y a su hermano.
Daniela estaba de vacaciones con sus papás y había ido a visitarme. Yo estaba muy felíz porque ya llevava tres meses en Cartagena y ella era el primer rolo en mucho tiempo. Todos hablaban de fiestas, de escritores, de tatuajes, del mapamundi. Daniela se sentó con los escritores y no paraban de hablar, yo estaba a tres sillas de distancia, escuchaba y me reía pero no con propiedad, pues me sentía lejos del núcleo de la conversación. De repente fui consciente de mi silencio y de otro silencio sentado al lado mio: 23 años, camisa abierta, mirada absorta en el cielo, pero con vida, barba interesante, collar de estrella de david. Pecho con pelos de hombre. Los dos en la misma situación. Me llamó la atención su anillo de león, le pregunté por el, me contestó en inglés, entonces entendí que . Solo sabía decir "Amigo" "Gracias amigo" y "no gracias. Yo no sabía hablar inglés hasta que empezamos a hablar, no se como pero duramos toda la noche hablando, contándonos secretos, su otro continente, su familia, sus 25 años, su ejército israelí, su espíritu de artista en un campo de concentración israelí, su pasaporte.
A las cuatro de la mañana estaba que me moría, el dueño de la casa me dejó acostar en su cama y mientras yo estaba acostada meditando en esa conversación increible y profética que había tenido con el Judio Maravilloso, llegó el man que me llevó a la fiesta (que me estaba callendo) y me empezó a tocar las piernas. Tenia tanto sueño que mi cuerpo lo ignoró completamente y se quedó profundo a mi lado, resignado a su barato conquiste.
A las seis de la mañana desperté. Daniela estaba tan borracha y tan viva hablando con todos en el patio, unos con cara de amanecidos, y los costeños muy vivos y brivantes, en una esquina, el israelí. Era hora de irse, nos fuimos. Salimos los tres a ver el hermoso amanecer cartagenero y en la mitad de la calle del Espíritu Santo me abrazó tan mágicamente que entendí que esa noche habia nacido una historia.
Esa mañana tenía que trabajar, y toda la mañana mi mente estuvo reviviendo la conversación en inglès tan increible que habia tenido con el personaje. No se que me asombraba mas, el hecho de que yo habia descubierto que sabia hablar tan bien ingles, o de que hay complicidades cósmicas que superan cualquier idioma.
Salì sinn un peso, al festival de tambores de palenque. Por cosas de la vida mi papa me habia girado cincuentamil pesos y con eso cogì la flota rumbo a Macondo.
Apenas lleguè, todo era nuevo, desconocido, era un pueblo inimaginable. Muchos niños, alegrìa, una tarima gigante, amigos del barrio, todo era perfecto.
Estaba en medio de la fiesta, bailando al son de los tambores celebrando la vida cuando apareció con los brazos abiertos y me sentí muy feliz de que estuviera ahí. y supe que el era una de esas cosas que solo me pasan a mi. Nos escapamos dos o tres veces por la noche a explorar ese pueblo africano en el corazón del Caribe Colombiano, no había luz, electricidad, tiendas, facebook, ni siquiera habían carreteras.
Yo me sentía en otro mundo, ir a Palenque es un viaje en el tiempo. Simplicidad total, una vida descalza, bananos, cocos, música niños por todos lados, tambores. Nos internamos en el bosque palenquero.
Era absurdo, esto iva mas allá de todas mis tragas. Nos mirabamos y sentíamos un viaje. Un viaje que trascendia el lenguaje y nuestros pasaportes. Me perdía en sus ojos y me olvidaba de mi misma, solo estaba ahí, alfrente de alguien que había acabado de conocer y que sabía que en el futuro me haría escribirle algo y ese algo es todo esto.
Ya van a cumplirse siete meses de esta historia y puedo recordar cada detalle. En todo este tiempo no escribí nada de mi, es decir, no lo hice público, y me pasaron tantas cosas, tantas personas, tantos paisajes, tanta comida, tantas fotos, que la gana de registrar todo eso quedo aplazada. Ahora que estoy lejos de mi nueva vida que ya no es nueva y que ya no es mia, tengo muchas ganas de revelar toda esa magia que tengo de ese viaje.
Estoy de nuevo en Bogotá, recuperando la vida que dejé tirada por angustias filosóficas. Después de meterme con tantos manes, con tantos lugares, con tantos paisajes, con tantas historias, concluyo que no era lo suficientemente libre como para comprometerme con algo. Por eso volví. Porque ya fui el gran jipi que siempre había querido ser, ahora vuelvo a ser la diseñadora que siempre he sido.
Mirabamos el cielo y no deciamos nada. Compartíamos esa libertad que nacia para no volver jamás. Luego lo vi jugar con unos niños y empezé a quererlo, fuimos al río y nos quedamos toda la tarde. Nos quitamos la ropa y me gustaba poner mis senos al sol sin que sus ojos se quitaran de mi cara. Luego las cuatro de la tarde: Empezó a tocar el sexteto tabalá de San Basilio de Palenque: Agua, agua, agua. Y fué mágico ese almuerzo de mandarinas con naranjas y jugo de sandía. Yo me quedé todas esas noches en su carpa. Me hizo pensar en esos protocolos temporales que tenemos las mujeres. Entonces dormi plácidamente a su lado, con ese collar de estrella de david en el pecho. Al final, el perdió su reloj y estaba desesperado buscando su tiempo. Yo tenía que irme y le dejé una carta. De el me quedó el Festival de Tambores de San Basilio de Palenque, y este collar de perlas azul que aveces me sale con esta pinta.