A este lo conocí en la playa. Le paré bolas solo porque tenía una guitarra en la espalda. Vimos el atardecer, era divino fisicamente. No se como pero nuestras conversaciones entraron a umbrales nunca antes explorados.
Me confesó que era experto en mujeres. Lo reté. En cinco minutos hizo temblar la tierra. Era un sensible poeta posmoderno: uno esos manes divinos que no tienen un peso. Me abrazó y sentí cosas raras pero agradables. Me abrazó una especie nunca antes abrazada en mi vida.
Sacó un porro, estábamos en la playa, era difícil decir que no. Hablamos de las mujeres y del amor. Sentí que hablaba con un hombre. Me sedujo intelectualmente, pues detectó que yo no era ninguna guevona y que sus cualidades físicas no eran suficientes para que yo accediera como hembra. Cuando uno está con alguien al frente del mar los besos son ley, y aunque el man estaba muy bueno a mi me empezaba a interesarme su corazón, no solo su carne. Sedujo mis oídos con poemas de Jattin y Sabonarola (tenía que ser alguien interesante para recitarlos). Entonces lo besé como nunca y terminamos los poemas revolcándonos en la arena. Luego volví al mundo y eran las once de la noche. Tenía que irme.
Empezó a llamarme y nos vimos como seis veces afuera de la casa. Yo le llevaba jugos con torta y el me traía su hermosa cara que . Además amaba a Jattin, eso era lo más importante. Igual, yo era una veinteañera desesperada por no entender que significa del universo y el era un ángel poeta caribe que sólo quería comerme. A esto se le sumó mi relación con un bailarín que me esperaba inocente en Bogotá. La culpa no me dejó continuar con eso así que le dije que se abriera.
Muchos meses después lo volví a encontrar en un bar en Cartagena. Era el promotor del dj y tenía un sombrero. Me encanta que la gente que me gusta use sombreros, tal vez porque yo cada vez que puedo uso turbantes. Encuentro en eso una complicidad cósmica.
Nos volvimos a gustar, pero no nos buscamos.
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