Se asomó nuevamente a la ventana. Era el atardecer. Sobre el patio desolado, más allá de la masa todavía luminosa de copas de sauces que apenas rebasaban el muro, se abría el cielo. Un vasto cielo desordenado, con muchas franjas y manchas y parches de luz- como para mucha música. Para que se organizara en el un furioso triunfo de confusión y ruido, con hércules y martes y victorias aladas trompeteantes y caballos y tritones soplando en una concha. un telón de boca de teatro dieciochesco. Más allá, diagonales de luz dibujaban avenidas de fuga sobre un amplio fondo de pizarra salpicado de nubecillas grises, sueltas, bordeadas de plata. Lejos, en el confín del oriente, las moles grises de la coordillera. En el patio ya en sombras no se distinguía ya el loro silencioso. Vio morir los colores del cielo. Decidió quedarse a vivir para siempre en casa de su madre.
Sin Remedio_ Antonio Caballero pg 185
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