Bendita seas, lavadora,
en tu infinita gracia, en tus centrifugados y programas automáticos.
Lavadora nuestra de cada día, que tienes carga fácil. Sean por siempre
bienaventurados los insondables suavizantes que penetran en tu vientre,
sin placer ni pecado. Tú, que has sabido alejar la tentación del
frotamiento con las propias manos. No te detengas nunca en tu redonda
peregrinación, no dejes que se llenen de prendas bochornosas nuestros
cestos. Nos postramos ante ti, lavadora, y pedimos perdón por todos
nuestros derramamientos, y damos gracias por tu abnegación inoxidable,
tu entrega al prelavado. Eres santa, estás hecha para el prójimo. Eres
fiel, no abandonas jamás ningún hogar. Eres del otro mundo, lavadora.
Porque en ti está la vida, fuente de limpieza. Porque en ti está el
movimiento, razón del aclarado. Porque en ti está la piedad, causa de
nuestra dicha. Oh, lavadora, metal angélico, tambor de la virtud que
redimes toda mancha, toda impureza, todo estupro. Enjuagarás por siempre
nuestras humildes sábanas, sin importar la edad de aquel con quien
pecamos.
Andrés Neumam-
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